El blog de Gonch

...Siempre mejorando.

sábado, junio 24, 2006

Facts Curator!?

Congratulations, Gonzalo!
Your IQ score is 135

This number is based on a scientific formula that compares how many questions you answered correctly on the Classic IQ Test relative to others.

Your Intellectual Type is Facts Curator. This means you are highly intelligent and have picked up an impressive and unique collection of facts and figures over the years. You've got a remarkable vocabulary and exceptional math skills — which puts you in the same class as brainiacs like Bill Gates. And that's just some of what we know about you from your test results.
|

martes, febrero 14, 2006

El heredero

En algún lugar de un antiguo reino vivía un gran rey en su imponente castillo de piedra. El rey gobernaba sus tierras con justicia y honor, defendía a sus súbditos de sus enemigos y mantenía así la paz y el orden en todos los confines de su reino. El gran rey también era un gran general, y gano la guerra que habían iniciado sus ancestros recuperando así la tierra que le pertenecía por derecho divino. Estableció los confines de su mundo, dentro del cual todo le pertenecía. Durante muchos años dirigió su reino según las leyes que sus ancestros le habían entregado, hasta que un día triste su mandato terminó. Fue un día blasfemo, los enemigos del reino habían planeado como atacar la tranquila tierra de Ancoria cuando su gente era más vulnerable. Los hombres estaban concentrados en su alabanza, cantaban la grandeza de su mundo, pensaban en su díos, le agradecían por los regalos recibidos, y por la paz que su rey les había traído. El templo era una sola voz justo antes de que los escombros cayeran del techo, rompieran la armonía anunciando la el fin de los ritos y el comienzo de la guerra. El rey corrió del templo hasta su castillo bajo la lluvia de muerte que sus enemigos habían traído hasta su pueblo. Tomó sus armas y convocó a sus generales, pero nadie respondió. Impaciente, el rey no soportó ver a su gente morir desde su gran torre y decidió afrontar el fuego y morir junto a sus compatriotas. Salió del marfil de su fortaleza en su caballo negro arroyando a todos los que salían a su paso, su armadura plateada resplandecía por el campo llevando el terror a los infames soldados que se atrevían a desafiar lo que le pertenecía por derecho divino. Con cada movimiento de su mano oscurecía el limpio metal, ensuciaba el brillo de su noble espada. Atravesó el campo marcando el camino que sus súbditos debían seguir hasta la libertad. Poco a poco un pequeño ejercito de fieles hombres se reunió a su alrededor, los soldados se defendían con lo que tenían a la mano algunos incluso aun tenían puesto el atuendo de oración. Entre el humo el rey, orgulloso, reconoció la silueta de su heredero que lo seguía. Su hijo pasaba sobre los cuerpos de los infames invasores sin mostrar compasión por quien no lo merecía, defendería lo que sus ancestros habían construido con su sangre. Pulverizando los huesos de sus enemigos su corcel parecía tener la misma intención del príncipe. Con tenacidad los defensores habían logrado cambiar la situación que ahora parecía a su favor; pero el capitán de la fuerza invasora sabía que no podía perder, pensaba en la responsabilidad que su pueblo le había impuesto cuando decidió llamar a los refuerzos; sin retrazo las fuerzas auxiliares salieron de un inmenso barco invasor y se dirigieron al castillo de Ancoria. El Rey sintió las pisadas del monstruo antes de verlo. Los ojos flameantes de la bestia llamaron la atención de toda la división que acompañaba al monarca. El viejo rey sabía que en su pequeño reino no había ningún artefacto que garantizara una defensa segura contra un dragón rojo de tales proporciones, pero el rey no tenía miedo, ordeno a sus hombres que se retiraran y condujo a la bestia hasta su fortaleza, cuando el dragón estaba dentro del castillo bloqueó las entradas, guardó su espada, alzó la cabeza y se perdió en una nube de fuego. El aliento de la bestia marcó el fin de su reinado.

Los enemigos de Ancoria se retiraban de la isla, corrían dejando todo lo que traían con ellos atrás. Los valientes jinetes persiguieron a los invasores evitando que éstos llegaran a sus naves con la cabeza sobre los hombros. Los que subieron a los barcos no lograron salir de la costa, la Armada Real de Ancoria no perdió un solo hombre y acabó con todos y cada uno de los que interrumpieron la paz del reino. Todo el ejército invasor estaba muerto. El príncipe Gaia contemplaba su reino, mientras regresaba a su hogar. Los campos donde antes los campesinos labraban el destino de su tierra ahora estaban cubiertos de sangre, todo lo que se podía ver en los surcos eran cuerpos mutilados, caballos muertos, armaduras perforadas y espadas rotas. Cruzó los muros de la ciudad pasando sobre un gran ariete destrozado, del portón sólo quedaban unos leños en llamas y unas astillas esparcidas. La luz de la luna se reflejaba en los vidrios quebrados que pisaba su caballo. El sonido del sufrimiento envolvía el ambiente. Por las calles de la ciudadela se oía un solo gemir, que se confundía con el sonido del viento. El príncipe recorrió las calles empedradas hasta su castillo. Al llegar vio por entre las rejas al dragón y comprendió que su padre ya no lo abrazaría nunca más. No pensaba en su gobierno. No pensaba en política. De hecho en ese momento su mundo se redujo a una persona, y sin esa persona ya no había mundo para el. Ni siquiera tenía un cadáver que sepultar al lado del de su madre. El casco del príncipe le cubría su cuello su cabeza. La visera que cubría su cara era una cruz de plata cubierta de sangre. Con la cabeza en alto el príncipe se veía muy fuerte dentro del metal de su armadura, pero detrás del casco no había un despiadado guerrero, sino todo lo contrario, cuando Gaia dejo caer su hermoso casco al piso se vio como toda la inocencia del mundo se reflejaba en sus ojos llenos de sangre y lagrimas. Dejo caer su cuerpo sobre su fiel caballo blanco abrazando su cuello, para Gaia la vida ya no merecía ser vivida. Mientras lloraba vio entre las lagrimas las figuras de sus hermanos. Estaban todos muy asustados, muy confundidos, todos menos Eol, el segundo hijo del muerto rey. Eol le contó a su hermano Gaia como habían escapado del castillo. Parecía imposible pero un grupo de niños logró escapar de un gran dragón entre los muros del castillo. Cuando Eol escucho el ruido de los trabucos acercándose al palacio salió corriendo de su cuarto, hizo lo que debía hacer en esos casos, tal y como le había dicho su hermano mayor tomó una espada de las de su hermano, probó con las mas grandes y poderosas pero no las podía mover con facilidad, entonces decidió que tomaría la mas ligera aunque fuera la preferida de su hermano. El viento sagrado de Ancoria, la espada santa de sus ancestros que el rey había regalado a su heredero para que aprendiera a usarla. Entro de un golpe al cuarto de su hermana, ahí encontró a todos sus hermanos menores, asustados y angustiados los niños aguardaban la llegada de alguien que los rescatara del caos que los rodeaba, la llegada de Eol fue liberadora, el aura que se formaba alrededor de la espada calmó a los niños. Siguiendo las ordenes del mayor de los presentes todos los niños corrieron desde la torre hasta el vestíbulo principal del palacio. Pero cuando llegaron el monstruo ya estaba allí. Eol, como era valiente y estaba lleno del valor que le infundía la espada de sus ancestros, distrajo al dragón para que sus hermanos corrieran a la esquina contraria en la que había un pequeño espacio, por donde los niños, como eran pequeños lograron salir. Cuando estaba apunto de salir Eol vio una parte rota y chamuscada de la armadura de su padre, y comprendió...Te maldigo, criatura del infierno, de aquí en adelante tendrás que cargar con la marca de tu culpa, y te juro, que un día pagarás por lo que le has hecho a Ancoria, por lo que le has hecho a su pueblo, ¡y por lo que me has hecho a mi! Y con estas palabras Eol cortó la punta de la cola del dragón de un solo sablazo. El aullido de la bestia estremeció todo el castillo, la herida se transformó en un río de sangre. Aunque la herida dejó de sangrar un buen rato después, nunca se cerró del todo, y varios años después seguía ardiendo, cada vez que Eol recordaba lo que el dragón le había hecho, ardía como el alma de Eol causándole el mismo dolor a ambos. Gaia recibió de su hermano el pedazo de la cola, pero lo regresó a Eol inmediatamente, ese era su trofeo, el lo había conseguido, así que le mandó que se hiciera una armadura con la impenetrable piel. Gaia llorando se despidió de sus hermanos. Todos eran demasiado jóvenes, ya parecían disfrazados de soldados mas que guerreros de la patria. El heredero tomo su espada y su corcel y fue rumbo a la costa. Hermanos cuiden bien de nuestro reino, yo, yo realmente no quiero irme, pero en este reino no encontraré nada que me permita acabar con ese infame dragón. Les prometo hermanos que volveré con algún artefacto. Volveré mas fuerte. Volveré con un ejército. Volveré. dijo Gaia. Pero, –dijo Eol- ¿y por que no le das a algún bravo guerrero la espada con la que ya herí al dragón? El viento Sagrado de Ancoria solo debe ser tocado por la familia real. Volveré, lo juro. Estas fueron las ultimas palabras que Eol oyó de su hermano Gaia en mucho tiempo. Eol jamás se rendiría, seguiría luchando contra el traidor del senescal y ardiendo por dentro como el maldito dragón. El joven príncipe Gaia vio desaparecer en el horizonte su amada tierra. Lloraba en el hombro de otro noble caballero, un gran amigo suyo. Gaia jamás olvidaría la promesa que le hizo a su hermano.

|

viernes, diciembre 03, 2004

Diego Alberto José Mateus Hernández III de la Santísima Trinidad de Concha y Tobago Angelus

|